Andaba el niño Mati, cuarentón y de huevos negros, buscando el mejor sitio para disfrutar de su nuevo juguete. No importaba si hacía frio o calor, al menos no había nubes e iba a poder disfrutar de su telescopio para ver las estrellas y las galaxias ( ¡que buscas Mati?).
Matías estaba, por fín, a punto de comenzar otro reto: montar, entender y hacer funcionar un nuevo juguete que le haría volver a ser un niño una vez más. Con la paciencia necesaria, de la cual andaba sobrado, consiguió hacer andar el aparatito.............. y allí estaban............................ toda la vida esperando a que Mati las visitara: Casiopea, Andromeda, la Osa Mayor y, como no, la estrella sobre la que el resto giran, Polaris.Todo transcurría en paz y sosiego cuando Mati escuchó el llanto de una niña a su lado. Era Venus (no se podía llamar de otra manera), una niña entrada en años que ocasionalmente no quería ser mayor.
Por que lloras hoy Venus? (Venus lloraba de vez en cuando). Porque no me quieres....¿como dices eso, por qué no te he de querer?. Porque te gustan las estrellas y yo soy solo un planeta. Al principio Mati se irritó porque no comprendía el enfado de la niña, porque era un enfado realmente.
Enseguida comprendió que solo quería un poco de amor.
Niña, no te das cuenta que aunque no tengas luz propia como las estrellas, reflejas la luz del sol para alumbrarme con más intensidad que sirio, la estrella que más brilla. No ves que a pesar de no crear figuras caprichosas eres la más hermosa del firmamento que hasta nombre de mujer tienes. No ves que te busco cada día a mi lado cuando amanezco y al atardecer. A tí no te tengo que recordar, porque no eres el pasado, eres el presente, el día a día.
No te das cuenta, mi pequeño lucero, que te quiero......
Venus y el niño se miraron, ya no hacía falta decir nada más. Se dieron la mano y siguieron haciendo camino.
El continuó, como cualquier otro niño, mirando las estrellas durante un tiempo. Ella le alumbraba cuando se perdía y no sabía volver.